La playa es un centro bullicioso de actividad, con coches y tráfico constantemente zumbando por la carretera cercana. Es una pesadilla comercializada, con cada centímetro de arena cubierto de chaise longues alquilables y basura esparcida por el fondo. Para colmo, tuve la desgracia de cenar en Buccelato Patrizia, donde me sirvieron una ensalada con naranjas podridas y el personal se negó a reemplazarla. Los bares que bordean la playa hacen sonar su propia música, creando un desorden cacofónico. Y no te olvides de traer tu billetera, porque desde usar el baño hasta tomar una ducha requiere pago. Es una pequeña porción de horror en un lugar pintoresco. ¿La única cualidad redentora? El agua es cristalina, pero ni siquiera eso puede compensar el resto del caos.