La playa, anidada entre dos formaciones rocosas, exhala un aire de exclusividad, haciéndola sentir como un refugio privado. Las aguas cristalinas son un espectáculo digno de contemplar, invitando a los nadadores a sumergirse en su cálido abrazo. La playa no está abarrotada, lo que permite un ambiente pacífico y sereno. Por una pequeña tarifa de $300 pesos, puedes alquilar una sombrilla y sillas, y tener mariscos y bebidas entregados directamente en tu lugar. Esta playa fue sin duda el punto culminante de mi viaje a Sayulita, y no puedo esperar para volver. El sonido relajante de las olas del océano y el ambiente tranquilo de los alrededores lo convirtieron en una experiencia celestial.